domingo, 13 de enero de 2013

PRÓLOGO

Y así, después de tanto sufrimiento, tanto dolor y tanta muerte, todo había terminado.
No se si hice bien en dar la vida por quien quiero y quien aprecio, espero que sí. Ahora solo puedo pensar que no me fallen y lo consigan.
En cambio, yo, no se si voy a poder salir vivo de este lugar. Si me he quedado aquí es porque ya no tengo más fuerzas para continuar, tanto yo como mi espíritu estamos agotados. Quiero aguantar, todavía, quizás alguna parte de mí, aun quiera luchar contra esos cabrones. Pero ya no puedo hacer nada. Dentro de poco, todo habrá terminado.
Estaba allí, sentado en el suelo, con la cabeza entre las manos llorando como lo haría un bebe recién nacido. La espalda contra la fría pared ahora agrietada y llena de agujeros causados por las balas disparadas hace escasos minutos, minutos que ahora parecen milenios. Pero lo peor, es que los cadáveres de los que hasta hace poco eran amigos míos o simplemente compañeros de escuela, yacían a mi alrededor, muertos definitivamente. Habían intentado matarnos… Fuera, detrás de la puerta y de la ventana tapiada toscamente, donde la pesadilla aun existía y andaba suelta, había más como ellos, golpeando con furia la madera mientras gemían con ese sonido tan terrorífico, para poder llegar hasta mí…
Sabía que lo lograrían, antes o después me alcanzarían, entrarían y yo no tendría opción de huida. ¿Qué iba a hacer? La poca y tambaleante luz que emanaba de la lámpara, proyectaba sombras en la pared y el suelo de la clase, sombras que parecían buscarme, sombras malignas como lo eran aquellos seres que en forma de horda, se precipitaba contra la puerta.
Cogí la pistola, mi última compañera en estos instantes finales, que se encontraba tirada a mi lado. Con ella había matado, algo que en mi vida jamás pensé que iba a hacer. Maté seres de esos y maté a humanos… La empuñe con fuerza, ahora, solo escuchaba mi respiración entrecortada acompañada de mis sollozos. Apoyé la boca del arma en mi sien. Mi sudor se mezclaba con la sangre y las lágrimas que recorrían mis mejillas.
Solo tenía que apretar el gatillo… Antes lo hice, ¿Por qué ahora no puedo? Si lo hacía, el miedo, el dolor, la tristeza y la desesperación desaparecerían, podría por fin descansar. Pero al mismo tiempo, si apretaba el gatillo, estaría traicionando a todos aquellos que hasta ahora han luchado por mí, a todos los que se han sacrificado por mí, estaría rompiendo la promesa que le hice a mis padres y sobre todo, la estaría traicionando a ella. Hacerlo, era destruirme a mi y a mis compañeros…
Por un momento, recuerdo de nuevo su rostro y bajo el arma. Pero no tengo otra opción, elegí sacrificar mi vida por mis compañeros y ahora, tenía que pagar las consecuencias. No sabía que hacer en ningún caso, pero tenía algo claro, si moría, no reviviría en forma de uno de esos seres. No me arrastraría ni vagaría en busca de seres vivos que poder comerme. No deambularía en busca de la carne de mis amigos.
Era cierto, no había otra alternativa, de nuevo me apunto a mi mismo.
Aun pienso, de nuevo, que sorprendentemente hasta hace unas escasas horas atrás, mis únicas preocupaciones eran las de un adolescente de 16 años: el colegio, los amigos, las chicas, la familia, el deporte, tener dinero ahorrado, preocupaciones normales. Añoro aquel remoto tiempo en que la única preocupación no era la de sobrevivir como lo es ahora.
Todavía sumergido en mis pensamientos, escucho un estallido de vidrios. Agarro con más fuerzas que nunca el arma y todavía con lágrimas en los ojos, aprieto el gatillo. Había llegado el momento…
Fue tan solo un microsegundo de nada, pero en ese tiempo, mi mente regresó hasta la noche anterior, el último día de la humanidad, el día anterior al juicio final…



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