PRÓLOGO
Y así, después de tanto
sufrimiento, tanto dolor y tanta muerte, todo había terminado.
No se si hice
bien en dar la vida por quien quiero y quien aprecio, espero que sí. Ahora solo
puedo pensar que no me fallen y lo consigan.
En cambio, yo,
no se si voy a poder salir vivo de este lugar. Si me he quedado aquí es porque
ya no tengo más fuerzas para continuar, tanto yo como mi espíritu estamos
agotados. Quiero aguantar, todavía, quizás alguna parte de mí, aun quiera
luchar contra esos cabrones. Pero ya no puedo hacer nada. Dentro de poco, todo
habrá terminado.
Estaba allí,
sentado en el suelo, con la cabeza entre las manos llorando como lo haría un
bebe recién nacido. La espalda contra la fría pared ahora agrietada y llena de
agujeros causados por las balas disparadas hace escasos minutos, minutos que
ahora parecen milenios. Pero lo peor, es que los cadáveres de los que hasta
hace poco eran amigos míos o simplemente compañeros de escuela, yacían a mi
alrededor, muertos definitivamente. Habían intentado matarnos… Fuera, detrás de
la puerta y de la ventana tapiada toscamente, donde la pesadilla aun existía y
andaba suelta, había más como ellos, golpeando con furia la madera mientras
gemían con ese sonido tan terrorífico, para poder llegar hasta mí…
Sabía que lo
lograrían, antes o después me alcanzarían, entrarían y yo no tendría opción de
huida. ¿Qué iba a hacer? La poca y tambaleante luz que emanaba de la lámpara,
proyectaba sombras en la pared y el suelo de la clase, sombras que parecían
buscarme, sombras malignas como lo eran aquellos seres que en forma de horda,
se precipitaba contra la puerta.
Cogí la
pistola, mi última compañera en estos instantes finales, que se encontraba
tirada a mi lado. Con ella había matado, algo que en mi vida jamás pensé que iba
a hacer. Maté seres de esos y maté a humanos… La empuñe con fuerza, ahora, solo
escuchaba mi respiración entrecortada acompañada de mis sollozos. Apoyé la boca
del arma en mi sien. Mi sudor se mezclaba con la sangre y las lágrimas que
recorrían mis mejillas.
Solo tenía que
apretar el gatillo… Antes lo hice, ¿Por qué ahora no puedo? Si lo hacía, el
miedo, el dolor, la tristeza y la desesperación desaparecerían, podría por fin
descansar. Pero al mismo tiempo, si apretaba el gatillo, estaría traicionando a
todos aquellos que hasta ahora han luchado por mí, a todos los que se han
sacrificado por mí, estaría rompiendo la promesa que le hice a mis padres y
sobre todo, la estaría traicionando a ella. Hacerlo, era destruirme a mi y a
mis compañeros…
Por un momento,
recuerdo de nuevo su rostro y bajo el arma. Pero no tengo otra opción, elegí
sacrificar mi vida por mis compañeros y ahora, tenía que pagar las
consecuencias. No sabía que hacer en ningún caso, pero tenía algo claro, si
moría, no reviviría en forma de uno de esos seres. No me arrastraría ni vagaría
en busca de seres vivos que poder comerme. No deambularía en busca de la carne
de mis amigos.
Era cierto, no
había otra alternativa, de nuevo me apunto a mi mismo.
Aun pienso, de
nuevo, que sorprendentemente hasta hace unas escasas horas atrás, mis únicas
preocupaciones eran las de un adolescente de 16 años: el colegio, los amigos,
las chicas, la familia, el deporte, tener dinero ahorrado, preocupaciones
normales. Añoro aquel remoto tiempo en que la única preocupación no era la de
sobrevivir como lo es ahora.
Todavía
sumergido en mis pensamientos, escucho un estallido de vidrios. Agarro con más
fuerzas que nunca el arma y todavía con lágrimas en los ojos, aprieto el
gatillo. Había llegado el momento…
Fue tan solo
un microsegundo de nada, pero en ese tiempo, mi mente regresó hasta la noche
anterior, el último día de la humanidad, el día anterior al juicio final…
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