domingo, 8 de diciembre de 2013

13.1
SIN SALIDA

La habitación estaba oscura, iluminada solo por algún atrevido rayo de Sol que se colaba a través de las persianas mal cerradas. Un constante goteo hacía eco en toda el aula, alguien se habría dejado uno de los grifos mal cerrado. Nacho se acordó de mala manera en todos los parientes de ese inconsciente. Escuchar aquel incansable goteo cuando uno está a punto de perder la cabeza, era una mala combinación.
               Era aterrador por varias razones: la primera, era la ausencia total de luz, sonido y movimiento. La segunda y más devastadora, era que mientras en esa habitación cubierta de grotescas y espectrales sombras, reinaba el silencio, en el exterior, miles de gritos, golpes y aquel sonido que siempre acompañaba al gemido: el arrastre. En un completo silencio, oír esa especie de arrastre contra el suelo acompañado con algún ocasional gemido, podía poner incluso al hombre más valiente del mundo, los pelos de punta.
               Moviéndose entre las sombras, el chico alcanzó a encontrar el interruptor y súbitamente todos los brillantes y blancos focos, iluminaron toda el aula de Física y Química. Con una fugaz pasada de vista, Nacho comprobó que entre las cuatro largas mesas que componían la clase, no había ningún No-Muerto. En efecto, el aula estaba vacía a excepción de los adolescentes que ahora habían entrado para refugiarse.
               Con el miedo chorreando por todos los poros de la piel, los seis supervivientes se derrumbaron temblorosos y agotados sobre el primer lugar que encontraron, sin importar si era cómodo o no. La comodidad no era lo que más les importaba en una circunstancia en la que sus vidas estaban en juego.
               Nacho, pronto se dio cuenta de la magnitud de la situación: estaban solos, sin salida y rodeado de centenares de No-Muertos. Sin poder apartar la vista de la puerta, veía como esta, temblaba cada vez que uno de esos seres descargaba con fiereza un puñetazo sobre ella.
               Ya no se escuchaba ningún otro ruido que no fuese los constantes golpes en la puerta. Nacho se levantó agitado, captando la atención de todos sus compañeros, excepto la de Pablo, que con cara pálida y sudorosa, luchaba por mantenerse consciente, pero su herida era grave y le dolía mucho.
               Era cuestión de minutos que aquella puerta de madera barata –típica de cualquier colegio-, cediese ante el imponente peso de esas cosas que, a cada segundo que pasaba, aumentaban su número golpeando la madera.
               -¡Tenemos que salir de aquí! –Vociferó el chico dirigiéndose al pequeño cuarto que había en la esquina contraria de la clase que Jaime, el profesor, utilizaba como desván de miles de reliquias: desde material de laboratorio hasta todas las pertenencias confiscadas durante años a los alumnos, desde películas hasta una espada vikinga.- La puerta no va a resistir mucho tiempo.
               -Te recuerdo que Pablo se está desangrando… -Comentó Rubén negando la realidad. Sabía de sobra que el miedo se había apoderado de él y aunque quisiese sobrevivir, no podía hacer nada para sacarse aquel terror.
               -También hay que destacar que estamos en una clase. La única salida es la misma entrada –recordó Ángel escuchando amargamente sus propias palabras. Era verdad, no había escapatoria. Aquello no era como en las películas o libros en donde los personajes siempre encontraban una segunda salida o una puerta trasera.
               -¿Y las ventanas? –Preguntó Zoey arrepintiéndose al instante de aquellas estúpidas palabras que acababan de salir de su boca.

               -Las ventanas tienen barrotes –contestó Isma con la mirada fija en los hierros de las ventanas. Aquellas barras, habían sido construidas con muy buena intención, para que nunca hubiese un desafortunado accidente. Sin embargo, aquella buena obra, era ahora su sentencia.- ¡Esto es una jodida cárcel!