13.1
SIN SALIDA
La habitación estaba oscura,
iluminada solo por algún atrevido rayo de Sol que se colaba a través de las
persianas mal cerradas. Un constante goteo hacía eco en toda el aula, alguien
se habría dejado uno de los grifos mal cerrado. Nacho se acordó de mala manera
en todos los parientes de ese inconsciente. Escuchar aquel incansable goteo
cuando uno está a punto de perder la cabeza, era una mala combinación.
Era
aterrador por varias razones: la primera, era la ausencia total de luz, sonido
y movimiento. La segunda y más devastadora, era que mientras en esa habitación
cubierta de grotescas y espectrales sombras, reinaba el silencio, en el
exterior, miles de gritos, golpes y aquel sonido que siempre acompañaba al
gemido: el arrastre. En un completo silencio, oír esa especie de arrastre
contra el suelo acompañado con algún ocasional gemido, podía poner incluso al
hombre más valiente del mundo, los pelos de punta.
Moviéndose
entre las sombras, el chico alcanzó a encontrar el interruptor y súbitamente
todos los brillantes y blancos focos, iluminaron toda el aula de Física y
Química. Con una fugaz pasada de vista, Nacho comprobó que entre las cuatro
largas mesas que componían la clase, no había ningún No-Muerto. En efecto, el
aula estaba vacía a excepción de los adolescentes que ahora habían entrado para
refugiarse.
Con
el miedo chorreando por todos los poros de la piel, los seis supervivientes se
derrumbaron temblorosos y agotados sobre el primer lugar que encontraron, sin
importar si era cómodo o no. La comodidad no era lo que más les importaba en
una circunstancia en la que sus vidas estaban en juego.
Nacho,
pronto se dio cuenta de la magnitud de la situación: estaban solos, sin salida
y rodeado de centenares de No-Muertos. Sin poder apartar la vista de la puerta,
veía como esta, temblaba cada vez que uno de esos seres descargaba con fiereza
un puñetazo sobre ella.
Ya
no se escuchaba ningún otro ruido que no fuese los constantes golpes en la
puerta. Nacho se levantó agitado, captando la atención de todos sus compañeros,
excepto la de Pablo, que con cara pálida y sudorosa, luchaba por mantenerse
consciente, pero su herida era grave y le dolía mucho.
Era
cuestión de minutos que aquella puerta de madera barata –típica de cualquier
colegio-, cediese ante el imponente peso de esas cosas que, a cada segundo que
pasaba, aumentaban su número golpeando la madera.
-¡Tenemos
que salir de aquí! –Vociferó el chico dirigiéndose al pequeño cuarto que había
en la esquina contraria de la clase que Jaime, el profesor, utilizaba como
desván de miles de reliquias: desde material de laboratorio hasta todas las
pertenencias confiscadas durante años a los alumnos, desde películas hasta una
espada vikinga.- La puerta no va a resistir mucho tiempo.
-Te
recuerdo que Pablo se está desangrando… -Comentó Rubén negando la realidad.
Sabía de sobra que el miedo se había apoderado de él y aunque quisiese
sobrevivir, no podía hacer nada para sacarse aquel terror.
-También
hay que destacar que estamos en una clase. La única salida es la misma entrada
–recordó Ángel escuchando amargamente sus propias palabras. Era verdad, no
había escapatoria. Aquello no era como en las películas o libros en donde los
personajes siempre encontraban una segunda salida o una puerta trasera.
-¿Y
las ventanas? –Preguntó Zoey arrepintiéndose al instante de aquellas estúpidas
palabras que acababan de salir de su boca.
-Las
ventanas tienen barrotes –contestó Isma con la mirada fija en los hierros de
las ventanas. Aquellas barras, habían sido construidas con muy buena intención,
para que nunca hubiese un desafortunado accidente. Sin embargo, aquella buena
obra, era ahora su sentencia.- ¡Esto es una jodida cárcel!
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