10
CUANDO EL INFIERNO SE
LLENE…
El Sol de diciembre brillaba con
gran intensidad. Los días de lluvias y de nubes negras, habían sido
substituidos por un Sol que ardía a lo alto del cielo. Retazos de la luz del Sol,
se filtraban en la clase, a través del amplio ventanal dejando ver claramente
lo que había en el interior de esa habitación, adornado con un intenso olor a
sangre.
Cuando
Nacho asomó la cabeza dentro de la habitación, no pudo sentir hacer otra cosa
que hundirse en dolor. El panorama de aquella clase era más o menos lo mismo
que la suya; cuerpos tirados al azar, chicos con la cabeza sobre el pupitre
bañándose en un gran charco de sangre.
Entró en la clase y vio como un policía se levantaba apoyando una mano en el
encerado. Seguramente, aquel agente estaba dando la charla que daba la policía
local en el colegio cada año desde hacía decenios, cuando de repente, ocurrió
todo. Debió de ser muy duro para el adulto ver como más de treinta alumnos de no
más de dieciséis años, con toda una vida por delante, morían ante él.
El
agente, los observó con sorpresa y se acercó junto a otro superviviente, que se
encontraba apoyado en la pared, con una gran herida en el brazo la cual
limpiaba como podía con su camiseta. Pablo –que así era como se llamaba el
chico- los contempló en silencio, intentando adivinar si su juicio ya le estaba
jugando una mala pasada o si aquellos tres supervivientes que acababan de
entrar por la puerta eran reales. Se levantó y se puso una sudadera azul marina
con cuadros negros que se encontraba tirada a su lado. Se acercó hasta Nacho,
lo atrajo hacia sí y lo abrazó como si fuera un oso de peluche. Pablo y Nacho
nunca habían hablado demasiado, ya que el primero, era un repetidor no demasiado
sociable, y sus verdaderos amigos se encontraban ya fuera de la escuela. Pero
ver en ese instante a Nacho, lo recobró de energía y esperanza. Verlos a ellos
tres significaba que en otras clases también había otros supervivientes.
Nacho
también agradeció aquel abrazo, caliente y reconfortante. Con el rabillo del
ojo, vio como a su derecha, se levantaba otro superviviente; Fernando, el
profesor que impartía clase de historia en el colegio y que al mismo tiempo,
era jefe de estudios. Le envió una sonrisa al chico que también se la devolvió.
Al lado del pedagogo, acurrucada en el suelo, se encontraba Paula, una
atractiva adolescente de corta falda y camiseta de tirantes ajustada que
lloraba con la cabeza apoyada en las rodillas.
-Baquetas,
Angel, Zoey, ¡Estáis vivos! –Gritó una voz llena de alegría. A la izquierda de
Nacho, apareció el imprescindible del grupo; Isma. Los tres supervivientes que
acababan de entrar en clase, lo abrazaron con gran fuerza.
Isma
pensó en preguntar por Guillermo, pero con dolor no lo hizo. Supuso que si no
estaba entre los tres amigos, es que el guapo del grupo tampoco había
sobrevivido. Aquello hizo que las lágrimas volviesen a brotar de sus ojos y se
tuvo que tumbar.
El
resto de los supervivientes se habían sentado de nuevo en sillas o mesas; otros
se habían acurrucado en el frío y duro suelo de baldosas.
Los alumnos se reunieron alrededor de los adultos. Sin embargo, ni el policía
ni Fernando tenían mucha pinta de saber como reaccionar es una situación como
aquella. Ellos también estaban pálidos y ausentes.
Todos
los supervivientes se juntaron. Permanecieron en silencio durante largos
minutos. Ninguno se atrevía a hablar. Aunque necesitaran la cercanía entre
ellos, todos estaban distantes.
Sentado
junto a Nacho, se encontraba Rubén, un chico rubio de ojos color avellana. El
joven era un chico de lo más curioso antes de aquella mierda. Era comunista y
en más de una ocasión se había enzarzado en combate contra mentes
discapacitadas -según él- que defendían a los apestados de los capitalistas.
Era orgulloso, pero majo si uno lo conocía bien. Y Nacho era una persona que lo
conocía perfectamente, desde que en la ESO el chico llegó al colegio, él y
Nacho hicieron muy buenas migas. Rubén o como se le solía llamar, el comunista,
había intentado persuadir a Nacho para que se uniera a las juventudes
comunistas, sin embargo el chico se mantuvo fiel a sus ideales. Nadie le iba a
sacar de la cabeza de que el mundo iría mejor con una anarquía.
De
sesenta personas que había entre las dos clase, tan solo habían sobrevivido
ocho. Todos ellos, ahora se encontraban asustados y es que aunque estuviesen
rodeados de más supervivientes, se sentía solos y tan expuestos al peligro que
acabó con sus compañeros, que no se atrevían a hablar.
El
tiempo corría, había pasado más o menos unos treinta o cuarenta minutos desde
que todo había comenzado cuando aquella extraña enfermedad volvía a golpear de
una manera potente y definitiva.
La
primera en darse cuenta de lo que ocurría fue Paula, pero no se atrevió a decir
nada, o simplemente no fue capaz. Isma fue el siguiente, con una mezcla de
confusión y miedo en los ojos, comenzó a temblar. Nacho advirtió la impresión
de su compañero y desvió la mirada al origen de su terror.
En
el fondo de la clase, Gael, uno de los jóvenes fallecidos, o al menos
supuestamente fallecido hasta ese momento, esta respirando.
Algo
extraño sucedía.
La
pesadilla no había hecho más que comenzar en ese momento…