jueves, 26 de septiembre de 2013

10
CUANDO EL INFIERNO SE LLENE…

El Sol de diciembre brillaba con gran intensidad. Los días de lluvias y de nubes negras, habían sido substituidos por un Sol que ardía a lo alto del cielo. Retazos de la luz del Sol, se filtraban en la clase, a través del amplio ventanal dejando ver claramente lo que había en el interior de esa habitación, adornado con un intenso olor a sangre.
               Cuando Nacho asomó la cabeza dentro de la habitación, no pudo sentir hacer otra cosa que hundirse en dolor. El panorama de aquella clase era más o menos lo mismo que la suya; cuerpos tirados al azar, chicos con la cabeza sobre el pupitre bañándose en un gran charco de sangre.
               Entró en la clase y vio como un policía se levantaba apoyando una mano en el encerado. Seguramente, aquel agente estaba dando la charla que daba la policía local en el colegio cada año desde hacía decenios, cuando de repente, ocurrió todo. Debió de ser muy duro para el adulto ver como más de treinta alumnos de no más de dieciséis años, con toda una vida por delante, morían ante él.
               El agente, los observó con sorpresa y se acercó junto a otro superviviente, que se encontraba apoyado en la pared, con una gran herida en el brazo la cual limpiaba como podía con su camiseta. Pablo –que así era como se llamaba el chico- los contempló en silencio, intentando adivinar si su juicio ya le estaba jugando una mala pasada o si aquellos tres supervivientes que acababan de entrar por la puerta eran reales. Se levantó y se puso una sudadera azul marina con cuadros negros que se encontraba tirada a su lado. Se acercó hasta Nacho, lo atrajo hacia sí y lo abrazó como si fuera un oso de peluche. Pablo y Nacho nunca habían hablado demasiado, ya que el primero, era un repetidor no demasiado sociable, y sus verdaderos amigos se encontraban ya fuera de la escuela. Pero ver en ese instante a Nacho, lo recobró de energía y esperanza. Verlos a ellos tres significaba que en otras clases también había otros supervivientes.
               Nacho también agradeció aquel abrazo, caliente y reconfortante. Con el rabillo del ojo, vio como a su derecha, se levantaba otro superviviente; Fernando, el profesor que impartía clase de historia en el colegio y que al mismo tiempo, era jefe de estudios. Le envió una sonrisa al chico que también se la devolvió. Al lado del pedagogo, acurrucada en el suelo, se encontraba Paula, una atractiva adolescente de corta falda y camiseta de tirantes ajustada que lloraba con la cabeza apoyada en las rodillas.
               -Baquetas, Angel, Zoey, ¡Estáis vivos! –Gritó una voz llena de alegría. A la izquierda de Nacho, apareció el imprescindible del grupo; Isma. Los tres supervivientes que acababan de entrar en clase, lo abrazaron con gran fuerza.
               Isma pensó en preguntar por Guillermo, pero con dolor no lo hizo. Supuso que si no estaba entre los tres amigos, es que el guapo del grupo tampoco había sobrevivido. Aquello hizo que las lágrimas volviesen a brotar de sus ojos y se tuvo que tumbar.
               El resto de los supervivientes se habían sentado de nuevo en sillas o mesas; otros se habían acurrucado en el frío y duro suelo de baldosas. Los alumnos se reunieron alrededor de los adultos. Sin embargo, ni el policía ni Fernando tenían mucha pinta de saber como reaccionar es una situación como aquella. Ellos también estaban pálidos y ausentes.
               Todos los supervivientes se juntaron. Permanecieron en silencio durante largos minutos. Ninguno se atrevía a hablar. Aunque necesitaran la cercanía entre ellos, todos estaban distantes.
               Sentado junto a Nacho, se encontraba Rubén, un chico rubio de ojos color avellana. El joven era un chico de lo más curioso antes de aquella mierda. Era comunista y en más de una ocasión se había enzarzado en combate contra mentes discapacitadas -según él- que defendían a los apestados de los capitalistas. Era orgulloso, pero majo si uno lo conocía bien. Y Nacho era una persona que lo conocía perfectamente, desde que en la ESO el chico llegó al colegio, él y Nacho hicieron muy buenas migas. Rubén o como se le solía llamar, el comunista, había intentado persuadir a Nacho para que se uniera a las juventudes comunistas, sin embargo el chico se mantuvo fiel a sus ideales. Nadie le iba a sacar de la cabeza de que el mundo iría mejor con una anarquía.
               De sesenta personas que había entre las dos clase, tan solo habían sobrevivido ocho. Todos ellos, ahora se encontraban asustados y es que aunque estuviesen rodeados de más supervivientes, se sentía solos y tan expuestos al peligro que acabó con sus compañeros, que no se atrevían a hablar.
               El tiempo corría, había pasado más o menos unos treinta o cuarenta minutos desde que todo había comenzado cuando aquella extraña enfermedad volvía a golpear de una manera potente y definitiva.
               La primera en darse cuenta de lo que ocurría fue Paula, pero no se atrevió a decir nada, o simplemente no fue capaz. Isma fue el siguiente, con una mezcla de confusión y miedo en los ojos, comenzó a temblar. Nacho advirtió la impresión de su compañero y desvió la mirada al origen de su terror.
               En el fondo de la clase, Gael, uno de los jóvenes fallecidos, o al menos supuestamente fallecido hasta ese momento, esta respirando.
               Algo extraño sucedía.

               La pesadilla no había hecho más que comenzar en ese momento…

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