1
EL PRINCIPIO DEL FIN
Definitivamente, mañana sería un
día caótico, apocalíptico. Nacho tendría que despertarse temprano para poder
coger el bus e ir al colegio con su hermana, al tiempo que seguramente aun
estaba con el desayuno en la garganta. Luego, ya en la escuela, quedaban por
delante seis horas de lo que no eran unas clases muy apasionantes, mientras
recibía alguna que otra nota de evaluación no muy satisfactoria, pues el final
del trimestre era al día siguiente. Por la tarde, nada más terminar de comer,
tocaba ensayo con su grupo y luego, salir corriendo al gimnasio donde a toda
velocidad se pondría el kimono para realizar su deporte favorito: judo. Por
último, por la noche era la hora de la cena con la clase y, todo el mundo sabe
que después de una cena de esas, toca ir de fiesta por Vinos.
Pero
para eso aun quedaban unas horas. Un pitido le despertó de sus pensamientos: el
microondas había acabado de calentar la leche que se tomaba después de cenar en
su habitación. Abrió la puerta del aparato y saco una caliente taza que soplándola,
la transportó hasta la mesa. Desvió la mirada hacia la ventana para ver si el
tiempo había mejorado un poco, pero no. Seguía lloviendo “a cántaros”, todo lo
contrario de los días anteriores, que había lucido un Sol espléndido. Gota tras
gota, la lluvia empapaba la ventana y hacía que en el exterior hiciese mucho
frío, más del que normalmente hace en Vigo.
Separó
la silla de la mesa y se sentó. Su mirada se posó en el vaso de leche y sus
pensamientos empezaron, de nuevo, a flotar. <<¿Por qué Guillermo siempre
tenía que hacer las cosas tan difíciles?>> se preguntó Nacho mientras
jugueteaba con la cuchara, dentro de la taza, recreando pequeños remolinos en
la leche. Su mirada se centraba en élla, viéndola girar y girar hasta que al
final, sus ojos se posaron en su madre, que acababa de entrar en la cocina y
con cara de pena miraba a su hijo.
Los
dos intercambiaron una mirada y la madre comenzó a hablar con una voz baja y
deprimida.
-Cariño,
¿Te ocurre algo? –Preguntó su madre sabiendo que la simple respuesta que iba a
recibir de su hijo era un <<No>>.
-No,
nada -Nacho negaba con la cabeza al tiempo que daba la esperada respuesta por
su madre.- Tranquila, mamá.
La
madre dio por hecho que la conversación ya había terminado, así que se volvió y
cuando se disponía a salir por el mismo lugar que entró, Nacho continuó
hablando.
-Mis
problemas son los típicos de un adolescente. Sin embargo, a papá si le pasa
algo, ¿Qué le ocurre?
La
pregunta pilló por sorpresa a Sol y no pudo evitar que sus ojos se inundaran en
lágrimas. Lentamente se acercó a su hijo, cogió una silla y se sentó. Le tomó
la mano y con voz entrecortada respondió.
-No
lo sé… -Sol negaba con la cabeza, Nacho la miró y esbozó una pequeña mueca de
tristeza.- No lo sé cariño… Desde hace unas semanas, tu padre está muy extraño,
distanciado: casi no duerme y los días que lo hace se sobresalta al tener
pesadillas, pesadillas que tampoco me cuenta. Los días que no se acuesta, se
pasa toda la noche mirando por la ventana mientras llora en silencio. Yo le
pregunto siempre que le ocurre, pero no me quiere contar nada, me evita, te
evita, evita a tu hermana Natalia, evita a todos… Hace ya un par de semanas que
no sale con ninguno de sus amigos a tomar unas copas, hace tiempo que no va al
trabajo. Tu padre ya no es el mismo y no se por qué…
Sol
estalló en sollozos y abrazó con fuerza a su hijo. Nacho le devolvió el abrazo
y, mientras se secaba una lágrima que emanaba de su ojo derecho, vio como al
final del pasillo, su padre entre las sombras les observaba. Luego, sin decir
nada, se metió en su habitación todavía sumergido en el mundo de oscuridad en
el que se ahogó unas semanas atrás. ¿Qué le habría ocurrido?, ¿Le habrían
despedido?, ¿Habría muerto algún ser querido? No lo sabían, pero si era así,
¿Por qué él, no lo contaba?
El
abrazo se rompió cuando Sol se separó y miró con pena a su hijo. Forzó una
sonrisa al tiempo que intentaba retomar la conversación
-Lo
siento por llorar delante de ti. Se supone que una madre tiene que ser fuerte.
-Y
lo eres, pero todo el mundo tiene un límite. Mamá, no puedes decaer. Ya verás
como en nada todo se arregla y vuelve a la normalidad –le dijo Nacho al tiempo
que le daba un beso en la frente.- Ahora tengo que ir a arreglar mis propios
asuntos. No sigas llorando, que si no aun vas a contagiar a un chico duro como
yo.
Sol
volvió a sonreír de nuevo, pero esta vez con el corazón. Quería a su hijo, lo
amaba más que a nada en el mundo junto a su otra hija Natalia y a su marido,
Normalmente, las conversaciones con su hijo eran cortas y escasas, no tenían
una relación de la que pudiera presumir; sin embargo, en determinadas
ocasiones, los dos se sinceraban y se hablaban con el corazón.
-Claro,
ve –dijo la madre al tiempo que animadamente le revolvía el pelo a su hijo.
Nacho
dedicó una última sonrisa a su madre y se levantó de la silla cogiendo la taza
de la leche y anduvo por el pasillo hasta llegar a su habitación.
Por el camino,
se frotó los pelos para volverlos a dejar en su sitio. No le gustaba mucho que
la gente le tocase su cabello. Tardó varios años y unos cuántos cabreos con su
madre para dejarlo como a él le gustaba, largo hasta la altura de los hombros y
de un color brillante siendo una mezcla entre el rubio y el castaño que incluso
a veces la gente le preguntaba si era color natural o mechas. Lo tenía rizado
pero al mismo tiempo un tanto cardado, como lo tenían algunos de sus ídolos
como Poison o Ratt. Se notaba que lo tenía muy cuidado y que su pelo era algo muy
preciado para él. A Nacho le encantaba
su pelo, pero a su mejor amiga, Zoey, lo que más le gustaba eran sus ojos oscuros,
concentrados e impenetrables, pero también serenos y soñadores. A Zoey, le
encantaba pasar tarde enteras con Nacho, sentados los dos juntos en el Parque
de Castrelos, hablando y mirando sus ojos, sumergiéndose en su interior
intentando adivinar sus pensamientos, pero eso era imposible. Y eso Zoey lo
sabía mejor que nadie.
Con una mano
fuerte y ágil, llena de pequeñas heridas y callos, debido al judo, abrió la
puerta de su habitación y entró. Encendió la luz y miró a su alrededor. Aquel
lugar era su pequeña, pero cómoda morada. Un lugar propio que adquirió cuando
dejó de dormir en la misma habitación que su hermana pequeña. Las paredes
rebosaban de posters de sus grupos favoritos, como Iron Maiden, ACDC, Judas Priest y Helloween. En una esquina, junto a la ventana, se encontraba su
batería, su gran y fiel amiga desde los seis años. Amaba tocar ese instrumento,
le relajaba y era su vía de escape a un mundo sin preocupación. Al lado
contrario, se encontraba la cama y junto a esta, la mesa con una silla de
oficina color verde fosforito frente a ella. En la mesa, apoyó la taza y abrió
el portátil al tiempo que tomaba asiento en la silla. Resopló y bajó la cabeza
apoyándola sobre las manos, tenía que despejarse. Estas últimas semanas habían
sido interminables y odiosas; acababa de tener todos los exámenes finales,
acababa de romper con su novia, acababa de enfadarse con uno de sus mejores
amigos y ahora ese estúpido y extraño comportamiento de su padre. ¿Qué había
hecho para que todo fuese tan mal? Frotándose los ojos, volvió a alzar la
cabeza y desvió la mirada hacia la izquierda, donde al lado de la puerta, había
una foto que hace un par de semanas pensó en descolgar, pero cambió de idea.
Todavía recuerda a la perfección aquel día que se sacó la foto con Zoey, cuando,
de aquella, aun estaban saliendo. Sonrió con amargura al recordar todos los
buenos momentos que pasaron juntos, las largas horas charlando, sentados o
paseando por las calles, parques y playas de Vigo. Aquella foto fue del día en
que empezaron a salir, en la playa de Samil; Ya habían acabado todos los
exámenes de 3º de ESO y quedaban un día o dos para que empezasen las vacaciones
de verano. Nacho voló hasta ese día, en el que por fin, tras tanto tiempo, se
armó de valor y le dijo a Zoey sus sentimientos. Llevaba mucho tiempo siendo
amigo de su exnovia, más o menos desde los 5 años, cuando los dos jugaban en
los columpios del colegio. Con el paso de los años, se empezaron a distanciar, cada
uno tomó su propio camino en primaria. Pero luego, en la ESO volvieron a
hablarse como hacían los primeros días y fue cuando Nacho se enamoró
perdidamente de una de sus mejores amigas.
Romper con Zoey provocó en parte el enfado que actualmente tenía con uno de sus mejores amigos:
Guillermo. Según él, su carácter había cambiado mucho desde que lo dejaron.
Pero en opinión de Nacho, Guillermo estaba equivocado. Seguía siendo tan alegre
y afable como siempre, atento y generoso y más de una vez dio la cara por los
demás, cosa que provocó que la mayoría de su clase lo quisiese como delegado,
aunque él desde un principio dijese que no. Seguía siendo despierto, sereno y
simpático, pero cuando la situación lo requería, se volvía serio y sacaba su
genio violento. Aunque supiese judo y fuese cinturón negro, nunca lo utilizaba
como arma. Siempre intentaba resolver las situaciones con la palabra, aunque
esto no siempre fuese posible. Según varios amigos era decidido y muy
inteligente aunque no siempre utilizase dicha característica. Según Zoey, la
opinión que en si más le importa, era soñador, muy divertido y quizás un tanto
rebelde, característica que Nacho defendía diciendo que era necesario ser
rebelde para ser joven y ser activo para saber que aun estás vivo.
Dejó de flotar
en sus sentimientos y decidió volver al mundo real. Cuando vio que su ordenador
ya se había iniciado, se puso los cascos y empezó a sonar Hallowed be thy name de Iron
Maiden, el tema favorito de Nacho. Abrió el tuenti, revisó las
notificaciones que tenía y vio que estaba etiquetado en 45 fotos nuevas. Luego
las vería y comentaría, pues primero lo que quería hacer era ver quien estaba
conectado así que se puso a revisar. ¡Bingo!, su mejor amigo, Ángel, estaba
conectado.