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PRESAGIO DE TORMENTA
Nacho le
tendió la mano a su hermana y esta, con delicadeza y suavidad se la tomó con la
suya. Los dos se sonrieron y cuando el semáforo se puso verde para los
peatones, cruzaron.
Anduvieron un
poco por las callejuelas del barrio hasta llegar a la parada de bus y
refugiarse en la marquesina de ese cielo que avecinaba fuerte lluvia.
-¿Qué tal
dormiste, princesa? –Preguntó Nacho haciéndole cosquillas en la barriga a su
hermana.
-Muy bien
–contestó ella entre euforia y risas intentándose escapar inútilmente de la
mano cazadora que no paraba de hacerle cosquillas.- Pero mientras dormía, me
despertaste –dijo ahora poniendo morros para demostrar que se hacía la
enfadada, aunque no le duró mucho, pues volvió a estallar en risas.
-¿Yo?
–preguntó Nacho arqueando una ceja mientras intentaba recordar que había
sucedido.- ¿Cuándo?
-No se, gritaste
“abuela”, me despertaste –respondió Natalia encogiéndose de hombros mientras
tomaba asiento en el banco de la parada.- ¿Hablaste con ella?
-No, ayer me
acosté más o menos temprano después de hablar por el tuenti y nadie me llamó
–explicó su hermano a modo de respuesta. Pero no pudo evitar pensar en las
palabras que hace escasos segundos, su hermana dijo.- Abuela… -susurró Nacho
mientras él también tomaba asiento al lado de su hermana cuando las primeras
gotas de lluvia empezaban a caer.
A decir verdad,
¿Qué había echo antes de dormirse? Recuerda que estuvo viendo fotos y hablando
con su amigo Ángel y luego… Tenía los siguientes momentos en mente bastante
borrosos, ¿Qué había sucedido?
Nada más
esconderse, la lluvia empezó a caer más fuerte, creando una gran cortina de
agua.
-Jopetas, como
llueve –refunfuñó Natalia con la vista fija en las gotas que no paraban de caer
y caer.- Papá dice que cuando llueve así es porque alguien está muy triste y no
para de llorar.
-Puede ser,
princesa –El adolescente desvió la mirada a su hermana y vio como esta, con una
gran sonrisa que dejaba al aire los huecos que le faltan de los dientes que le
habían caído, se la devolvía. Sus ojos azules rebosantes de felicidad le
miraban alegremente mientras algún que otro cabello rubio y revuelto le caía
por la cara.- Puede ser.
Durante unos
minutos en el que el chaparrón fue aminorando, los dos permanecieron en
silencio. Nacho dejó volar su imaginación hasta esa mañana, en la que se
despertó y sin muchas ganas se fue a desayunar, a lavar los dientes y a
ducharse. Después, bastante dormido pero aun nervioso por el día que se
avecinaba, empezó a vestirse y su padre entró en la habitación.
-Buenos días,
hijo –la voz de su padre sonó triste y melancólica, un tanto cansada. Nacho acabó
de ponerse su camiseta de The trooper
y se volvió para hablar con su padre, pero se sorprendió mucho al ver el rostro
de este. Ojos rojos e hinchados, resultado de estar tantos días sin dormir y
¿Llorando?, grandes y remarcadas ojeras que resaltaban sobre su pálido rostro
que empezó a tener días atrás. Pero lo que más le sorprendió, fue una herida
que recorría el pómulo derecho hasta la boca, donde se apreciaban cortes más
pequeños pero quizás aun más profundos.
-Dios mío,
papá ¿Qué te ha ocurrido?
-Nacho,
escúchame hijo. Me tienes que prometer una cosa, ¿Me escuchas?
-Si, claro.
Pero ¿Qué pasa?
-Se avecina
tormenta, Nacho. Una tormenta que descargará su odio en la Tierra pero que es
necesaria.
-Papá, ¿A qué
te refieres?
-Es necesaria,
hijo, es necesaria. Pero aunque la tormenta sea fuerte, has de ser valiente, no
puedes asustarte. Me lo tienes que prometer.
-Pero papá,
¿Qué es lo que te tengo que prometer?, ¿Cómo te has hecho esas heridas?, ¿Mamá
lo sabe?
-Cuando la
tormenta estalle, ya no habrá vuelta atrás. Tú, tu madre, Natalia y… –Nacho
advirtió que una lágrima emanaba del ojo de su padre, pero este, con agilidad
se la secó.- Me tienes que prometer que pase lo que pase…
Un tirón del
abrigo hizo que Nacho volviese a la realidad, su hermana de ocho años, estaba
intentando llamar su atención para, como Nacho intuía, asaltarle con una
difícil pregunta.
-Nacho, ¿Qué
es el secso?
-¿Cómo dices?
–Preguntó Nacho un tanto desconcertado al creer que no había escuchado bien la
pregunta formulada por Natalia.
-Si, sordo
–Contestó la niña cruzando los brazos y poniendo morros simulando estar
enfadada.- Ayer en el cole, escuché a los mayores hablar de que querían segso. Según ellos, es muy bueno,
parecían muy felices hablando de ello. Yo quiero uno, ¿Qué es?
-Bueno, pues
verás… Empezó a decir Nacho en busca de una respuesta para su hermana, ¿De
verdad estaba teniendo esa conversación con ella?- El sexo, es algo que se
consigue y se hace cuando dos personas; un chico y una chica, se quieren mucho.
-Que bien,
entonces ¿Tú y yo podemos tener segso?
–Nacho arqueó las cejas sobresaltado por la nueva pregunta. Escuchó una risilla
a su izquierda y mirando con el rabillo del ojo averiguó a un señor de unos
cuarenta y con una barriga de esas que llaman cerveceras, que con un periódico
en la mano escuchaba sonriente la conversación que estaban teniendo los
hermanos.
-Pues lo
siento, princesa, pero los hermanos no pueden tener sexo –contestó el chico
esperando a que su hermana disparase con la siguiente pregunta.
-Jo, pues que injusticia
–respondió Natalia inflando aun más los morros.- Nosotros dos nos queremos,
¿Porqué no podemos tenerlo?
-Pues porque…
-Nacho se calló un instante para pensarse la respuesta y terminar con aquella
extraña conversación que entablaba con su hermana menor de ocho años.- Porque
si tenemos sexo, la policía nos buscaría y nos llevaría a la cárcel y tú no
quieres ir a la cárcel tan joven ¿Verdad?
-Jo, entonces
no quiero tener segso contigo
–Terminó por decir la pequeña mirando a su hermano con los brazos cruzados.
Nacho con una sonrisa al ver que la conversación había por fin terminado, le
revolvió los rubios y rizados cabellos a su hermana y se quedó mirando sus jóvenes
y alegres ojos azules como el agua cristalina de un paisaje idealizado. Eran
ojos serenos e inocentes, que acompañados siempre de una sonrisa infantil,
hablaban por si solos. Bueno, infantil ya no, se corrigió Nacho. Según su
hermana, ella ya había madurado, ya no llevaba braguitas de conejos.
Siempre se
dice que los hermanos se llevan mal y más si son chico y chica pero Nacho,
hacía tiempo que había negado esa idea, puesto que él y su hermana de ocho años, se llevaban de lujo, rara vez era la que se enfadaban y en esos momentos
en el que la adolescencia de Nacho no iba por el mejor camino, Natalia era un
gran apoyo.
Durante esos
instantes en el que la observaba, se prometió a si mismo que pasase lo que
pasase, nunca se la arrebatarían.
Se equivocaba.
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