3.2
NUBES DE TORMENTA
Al
decir la última frase, su boca volvió a vislumbrar una esquizofrénica risa.
Nacho observaba totalmente confuso e intentaba asimilar inútilmente las
palabras de su padre, no alcanzaba a entender nada. Cuando se disponía a
volverle a preguntar, su padre estalló en lágrimas. <<Madre mía, tiene el
comportamiento de un desquiciado>> pensó Nacho para sus adentros. Isidro,
con lágrimas todavía bajando por su herida mejilla, retomó de nuevo la palabra.
-Recordar…
No va a haber nadie que recuerde. Pero la tormenta va a estallar, de eso no hay
duda. Hay muchas, muchas nubes –todavía con la voz entrecortada, miró a Nacho
seriamente y metió su temblorosa mano en el bolsillo de su pantalón vaquero y
de él saco tres cosas. La primera un pequeño frasco que contenía en su interior
un líquido transparente pero Nacho no consiguió leer lo que ponía en la
etiqueta del bote. Lo segundo era una
aguja, ¿Su padre se pinchaba? Eso explicaba el comportamiento esquizofrénico
que estaba teniendo. Cuando Nacho adelantó el brazo para arrebatarle la aguja,
su padre clavó sus azules ojos en su hijo y le negó el objeto.
-Tranquilo,
tú ya no la necesitarás. Sin embargo, tengo algo que te será de gran ayuda
–dijo Isidro mostrándole a Nacho lo que realmente había estado buscando en el
bolsillo; un trozo de papel. No era un trozo mucho más grande del tamaño que
utilizaba Nacho para hacer chuletas en los exámenes, tampoco estaba bien
cortado, puesto que lo debió de escindir a mano y con muchas prisas.- Nacho,
cuando la tormenta estalle, esto te salvará la vida. Es necesario que te lo dé
para asegurar tu supervivencia. Es crucial que no lo pierdas, de ello depende
tu vida y la de tu hermana.
Isidro
alargó el brazo para que su hijo tomase aquel papel que al parecer era de suma
importancia. Nacho, cada vez más confuso, extendió su miembro para cogerlo pero
algo lo detuvo. Un grito desgarrador sonó a lo largo de toda la casa.
-¡MAMÁ!
–gritó Nacho olvidando completamente el papel que su padre le ofrecía. Un nuevo
grito, retumbó a lo ancho del hogar, provenía de la habitación de sus padres.
Nacho miró a su padre y vio como este susurraba unas palabras para si mismo:
-Tras las
negras nubes de advertencia, estalla la tormenta –De nuevo lágrimas
reaparecieron en sus ojos y esta vez, mirando a su hijo, Isidro alzó la voz.- Y
esta, empieza con los primeros truenos…
Nacho escuchó
las palabras de su padre pero, un nuevo grito, lo despertó e hizo que
reaccionase. Corrió hasta la habitación de sus progenitores pero se encontró
con la puerta cerrada. Rápidamente, el adolescente intentó abrirla pero el
pestillo estaba realizando su tarea, la puerta no cedía.
-¡MAMÁ! –Gritó
Nacho con todas sus fuerzas haciéndose oír por encima de los fuertes chillidos
de su madre.- ¡Tranquila mamá, estoy aquí! -Nacho empezó a golpear la puerta con
potentes placajes pero esta, seguía sin ceder.- Papá, la puerta no abre,
¡Tenemos que sacarla de ahí!
-El destino no
se puede cambiar Nacho, no abras esa puerta. La tormenta ya ha empezado
–Contestó el padre totalmente pasivo a los gritos de su mujer, sin embargo, tan
solo un microsegundo, Nacho pudo apreciar en el rostro de Isidro dolor, dolor
por lo que estaba pasando y por lo que iba a suceder.
-¡Cállate de
una jodida vez con eso de la tormenta y ayúdame! –vociferó Nacho perdido de los
nervios, pero su padre negó con la cabeza a modo de respuesta. El adolescente
se volvió a la puerta y con todas sus fuerzas, dio un potente puñetazo que con
un crujido de madera, rompió a la altura de la cerradura para poderla abrir
desde fuera. Cuando quitó el pestillo y saco la mano al exterior, vio como
caliente y líquida sangre empezaba a brotar por una herida que se hizo escasos
segundos atrás al cortarse con grandes trozos de astillas de la madera. Pero no
paró a quejarse del dolor, ya que la puerta no estaba cerrada y se podía
acceder por fin al interior de la habitación.
Los histéricos
y seguidos gritos de su madre, se habían silenciado.
-Hijo, no
cambies el curso de las cosas. No entres –Dijo Isidro mirando seriamente a su
hijo.
Pero Nacho
hizo caso omiso a las palabras de su padre. Sangrando cada vez más, empujó la
puerta y miró el interior de la habitación.
Aquello no era
posible, se quedó petrificado.
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