11.2
…LOS MUERTOS CAMINARÁN SOBRE LA TIERRA
-¡JODER GAEL!
¡¿QUÉ ESTÁS HACIENDO?! –Preguntó Paula totalmente histérica. La joven estaba
perdiendo la cabeza, bueno, como todos los que estaban presenciando aquella
macabra escena venida de la más terrorífica película de terror.
Gael, que
estaba a punto de llevarse a la boca una pequeña porción de hígado –o lo que
quedaba de él-, se detuvo y lentamente, volvió la cabeza hasta el histérico,
conmocionado y repugnado público y entonces vio al pequeño grupo –en realidad,
nunca supieron si los vio o simplemente los sintió como sus presas-. La mirada
de Nacho no pudo hacer otra cosa que clavarse en la de Gael. Ojos vidriosos y
ensangrentados, miraban con odio a los espectadores, pero sobre todo, eran ojos
de un muerto, de un muerto que había vuelto a la vida. Irónico pero real, joder
si lo era.
Las venas y
los vasos sanguíneos que antes se le habían empezado a hinchar, ahora los tenía
a punto de reventar resaltando sobre su piel pálida de un color grisáceo. Abrió
la boca y de ella volvió a emanar un gemido como el anterior, posiblemente,
esta vez más escalofriante, pues iba dirigido a ellos.
Con
movimientos torpes pero sobre todo ansiosos, logró incorporarse tambaleante.
Dio un par de traspiés antes de poner rumbo fijo a sus presas. El nuevo caminar
de Gael era un paso lento y poco coordinado, como si estuviese bebido. Su
arrastre de pies acompañado de algún leve gemido, consiguió poner a todos los
pelos de punta y helar la sangre hasta al mismo agente que empezaba a entrar en
acción.
-¡Te lo repito
por última vez, chaval!, ¡Si no te detienes, me obligarás a abrir fuego! –rugió
el policía ahogado en sudor y desesperación. Cargó la glock y sin dejar de
apuntar al pecho del chico, dio una última advertencia.- ¡No te acerques más!,
¡DISPARO!
El sonido del
arma disparando, resonó en toda la habitación dañando los tímpanos de los
jóvenes, acompañado del brinco de todos y del grito de Paula y Zoey. La bala
hizo impacto en el muslo de Gael, de donde empezó a surgir una amapola de
sangre. Pero el chico no se inmutó, con su caminar lento pero decidido,
continuaba acercándose al agente. El policía dudo un instante entre confusión y
miedo, pero con los ojos enrojecidos apuntó y disparó al pecho del alumno. El
impacto hizo retroceder un par de pasos a Gael que, sin detenerse, continuó.
El agente
negaba con la cabeza aquella situación. Le acababa de meter un tiro en el
pecho, ¡En el corazón! Ningún hombre sobrevive a un disparo en ese órgano. Aquello
rompía cualquier esquema científico-biológico.
Un nuevo
disparo impactó en el estómago del homosexual, pero de nuevo, sin vacilar, el
chico continuó su camino.
-¡Joder! ¡Esto
no tiene jodido sentido! –Gritó el policía perdido de los nervios. Si aun no
tuvieron suficiente con la repentina muerte de la práctica totalidad del
colegio, ahora se tenían que enfrentar a niños inmortales. A niños muertos
inmortales, se corrigió el agente.
Un nuevo
gemido lo despertó de su confusión y poniendo todo su empeño en acabar con
aquel “ser” inmortal, comenzó a apretar el gatillo sin soltarlo. Una tormenta
de disparos fue lo que vino a continuación. Tapándose los oídos, los
adolescentes observaban con lágrimas y atónitos aquella escena surrealista. 9
balas impactaron en distintas partes del cuerpo de Gael; tres en el pecho, una
en plena mandíbula, dos en el estómago y cuatro en las piernas.
Y como obra
del mismo diablo, Gael seguía caminando, envuelto en un cuerpo bañado de
heridas que expulsaban cataratas de sangre roja.
El agente cesó
de disparar, con los ojos más abiertos que Nacho nunca hubiese visto antes, el
policía observaba estupefacto, como a menos de un metro el chico seguía
avanzando y se abalanzaba sobre él.
El agente cayó
al suelo ante el peso del chico y se encontró cara a cara con el repugnante
rostro de Gael. Antes de que el policía pudiese hacer algo, el chico se echó
sobre su cuello pero el agente, consiguió poner el brazo en la boca de Gael
para evitar el mordisco. Sin embargo, aquel movimiento tampoco fue la mejor
opción, ya que el adolescente mordió el brazo del policía y arrancó un gran
trozo de carne. El policía soltó un alarido mientras con horror, observaba como
su brazo se teñía entero de rojo. El supuesto muerto, le agarró con una pálida
mano la chaqueta y de nuevo se abalanzó contra su cuello. El policía asustado,
cerró los ojos al reconocer su muerte y esperó el mordisco y con él el dolor.
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