8.2
LAGRIMAS DE SOLEDAD
-¿Qué ha
sucedido? –Preguntó el chico en voz baja mientras miraba a través de la ventana
con los ojos fijos en un cadáver que se encontraba tirado en medio del patio
del recreo, al lado de las gradas. Aquel adolescente, un par de años menor
adivinó Nacho, se había caído y se había golpeado la cabeza contra el bordillo
de las gradas. Su cuello estaba en una posición imposible, antinatural. Nacho
no pudo aguantar mirarlo durante más de unos segundos.
Ángel levantó
la vista durante unos segundos y le miró, pero no pudo darle una respuesta, por
lo que apartó la mirada sin responder.
-¿Cuánta gente
habrá muerto? –Insistió Nacho de nuevo en una voz casi inaudible. Pero otra vez
más, Ángel negó con la cabeza sin saber que responder. No quería hablar de lo
que acababa de ocurrir, no quería saber nada más durante ese momento. Pero su
mente se la jugaba, ya que por su cabeza no paraba de rondar las imágenes de
todos sus compañeros tosiendo y vomitando sangre, agónicos y aterrados.
Nacho se sentó
abatido de nuevo ojeando a su alrededor, fijándose uno a uno, en todos los
cadáveres de la clase. Cada vez que los veía, no podía dejar de pensar en por
qué él no murió y en cómo se encontraría su hermana. De repente, también se
acordó de sus padres, ¿Ellos estarían bien? ¿Aquello habría ocurrido tan solo
en el colegio o a al contrario en una escala superior? ¿Habría sido a nivel
local?, ¿Nacional?, ¿Continental? o en el peor de los casos, ¿A nivel mundial?
No tenía respuesta, en realidad no sabía nada. Hasta hace unos diez minutos,
estaban en clase de lengua, recibiendo la vara de Josefa y en el preciso
instante en que le iba a pedir disculpas a Guillermo, Hugo comenzó a toser para
al cabo de un par de minutos, morir. Pero antes de que alguien pudiese
reaccionar, el resto de la clase pasó por la misma agonía de Hugo, ¿Por qué?
¿Qué es lo que había ocurrido?
Miró a Ángel,
quien seguía sin mostrar señales de vida, echo un ovillo mirando fijamente el
encerado manchado de un rastro de sangre ya que alguien había apoyado la mano
antes de morir. No podía dejar de mirar aquello, no podía pensar, no podía
hacer nada; estaba en shock.
Nacho se
limpió la sangre que salía de su brecha. No tenía pinta de que Ángel fuese a
hablar, lo cual no era extraño. Estaban ellos dos solos, rodeados de casi
treinta cadáveres de gente a la que quería como su familia. Pero lo peor y más
devastador era el silencio, no oír nada que no fuese la brisa, daba a entender
que el mundo había muerto, que estaban solos y que ya no quedaba nada. Ni un
avión, ni una risa, ni una voz, ni un golpe. Nada. Silencio.
Pero de
repente, un sonido de cristal rompiéndose, llamó la atención a Nacho. Otra vez,
aquel sonido. Nacho miró a Ángel con una mezcla de entusiasmo y esperanza,
quizás aun podía haber alguien más en esa clase, quizás no estaban ellos dos
solos.
Se levantó
nervioso por lo que pudiese pasar, no quería hacerse demasiadas ilusiones por
si al final la idea de un superviviente más no existía. Pero en su interior, la
esperanza florecía como una flor en primavera.
Llegó hasta la
esquina contraria de donde ellos se encontraban, al lado de un mueble lleno de
libros de diferentes tamaños. Allí, tirado junto al mueble, se encontraba otro
cadáver más, con unos ojos muertos mirándole directamente a él. Apartó la
mirada y se encontró con Zoey a sus pies, acurrucada como escasos segundos
antes él lo había estado.
Tenía los ojos
enormemente abiertos sin pestañear, pero era una mirada viva, un rostro vivo. Parpadeó
un par de veces, sin duda alguna estaba viva. La había visto toser, pero esa
tos no la había condenado como al resto.
Cautelosamente
se inclinó para ponerse a su altura.
-Hola –saludó
intentando parecer los más calmado posible.
Zoey se
sobresaltó al escuchar la voz del chico. Con ojos llorosos y asustados le miró,
pero no respondió. Estaba aterrorizada, temblaba. Nacho decidió intentarlo por
segunda vez.
-Hola Zoey.
Estoy aquí –dijo lenta y amablemente Nacho. Alargó su mano y suavemente la posó
en la de la chica.- No pasa nada, no estás sola.
La adolescente
parpadeó un par de veces. Era real, no era la única superviviente. Nacho estaba
allí, hablándole.
-Nacho… -dijo
temblorosamente Zoey. Tenía miedo, estaba asustada. Se dejó caer sobre Nacho y
lo abrazó. Lo abrazó con fuerza, como hacía tiempo que no lo hacía. El calor de
otra persona más era muy reconfortante y más cuando el otro superviviente era
Nacho. Durante esos minutos del fuerte abrazo, olvidó todos sus problemas con
el chico, su ruptura, sus problemas. Olvidó todo y solo pensó en Nacho y que no
estaba sola.
-Tanquila,
estoy aquí –Nacho la miró a los ojos y dándole un beso en la húmeda mejilla, la
volvió a abrazar.
Los tres se
juntaron en el centro de la clase y lloraron en silencio. Pasaron diez minutos
y aunque Nacho fue viendo uno a uno cada cadáver para comprobar si quedaba
alguien más, estaban ellos solos.
En
su clase ya no quedaba nadie más vivo. De veintisiete alumnos solo
sobrevivieron tres. Ellos tres.