martes, 13 de agosto de 2013

7
SILENCIO SEPULCRAL

Hubo un silencio dañino, solamente se escuchaba alguna respiración entrecortada y algún que otro sollozo que se perdía en la cabeza de todos los chicos. En ese momento, solo tenían una cosa en mente: Hugo acababa de morir de una manera espantosa, acababa de perder la vida ante sus narices y no pudieron hacer nada más que llorar y ver como sus ojos perdían su color.
               Josefa estaba pálida y tiesa; parecía un muñeco de nieve vestido de arco iris. Sus arrugas se convirtieron en altas cordilleras como nunca antes lo habían hecho. Empezó a temblar y Nacho reparó que sus labios balbuceaban algo pero no alcanzaban decir ninguna palabra en concreto, simplemente eran frases entrecortadas sin sentido alguno. Temerosamente, la profesora adelantó un pie, dudó un instante, luego adelantó el otro. Continuó así durante unos minutos que parecieron durar décadas. En ese infinito tiempo, a parte del resonante sonido que provocaban los tacones de la profesora y de los sollozos que aun deambulaban por el aire, se empezaban a escuchar leves murmullos como <<¿Está muerto?>> o <<Fíjate, ¿Qué coño acaba de suceder?>> o simplemente <<Dios santo, el Señor le ha castigado>>. Josefa ignoraba aquellos comentarios, pues tenía suficiente con pensar que haría. Así, ajena a los murmullos, se acercaba hacia el cadáver, todavía sin saber que iba a hacer cuando llegase hasta él.  Por fin llegó al pupitre silencioso, la maestra tendió su mano y tocó el frío pómulo de Hugo. Suavemente lo meció a un lado y a otro y sin ser consciente, unas palabras en forma de pregunta salieron por sus resecos labios:
               -¿Hugo? –sabía que el adolescente no le iba a responder, un muerto nunca responde. Sin embargo, Josefa no pensaba. Se encontraba como un bebé al que le había robado el caramelo.- Hugo, respóndeme…
               A pesar del tono suplicante de la profesora, el joven seguía sin responder. Una chica estalló en lágrimas mientras presenciaba aquella escena. Josefa apartó la mano, se quedó dudando si debería seguir llamando al muerto y  decidió que lo intentaría una vez más. Volvió a tender la mano y cuando estaba a escasos centímetros del pómulo izquierdo, se escuchó un tosido en el rincón más alejado de la clase. Todos  volvieron la vista hacia la niña. Esta, mientras tosía, no podía evitar pensar una cosa: ¿Ella también moriría?
               De nuevo, el tosido se prolongó más de lo normal y volvió a crear un horrible y doloroso sonido. Las compañeras del pupitre de Raquel –la joven ahora vista como un leproso- se apartaron de ella, esta las miró con lágrimas en los ojos y llevó sus manos al cuello. De nuevo el aula se calló a excepción de la tos agonizante que sufría la joven. La niña con ojos como platos, hinchados y ensangrentados, echó una última mirada dirigida a Nacho antes de empezar a vomitar la sangre.
Pero antes de que Raquel acabase con el mismo destino que Hugo, Dani, el batería, comenzó a toser y convulsionar. Ana y Leticia, las compañeras de Raquel, empezaron con los mismos síntomas. Detrás de Nacho, Jenny y Fátima se intentaron incorporar, pero les fue inútil: ellas también se unieron a la agonía. Nacho aturdido y conmocionado miró a toda el aula, todos sus compañeros tosían. Se incorporó, pero una gélida mano le agarró la suya. Nacho observó a su mortalmente pálido amigo Guillermo. Éste le miraba con ojos asustados pero ya inyectados en sangre y lágrimas que junto a los enormes hilos de sangre que le brotaban de la boca, eran iluminados por una piel antinaturalmente pálida. Nacho con un grito ahogado, se zafó de la mano de uno de sus mejores amigos; Guillermo acababa de morir. Dio unos pasos atrás mientras su cuerpo temblaba, sus fuerzas le abandonaban. Recorrió el aula con una visión borrosa a causa de las lágrimas y del mareo que estaba sufriendo. Las náuseas le subieron desde su estómago y observó como otros compañeros al igual que él, se intentaban levantar; algunos lo conseguían y se quedaban inmóviles en un profundo shock, otros no. Nacho con una última pasada de vista, logró distinguir a Zoe; tosía y lloraba…
Mierda, mierda, mierda. El mundo daba vueltas a su alrededor. Eso no podía estar pasando, tenía que ser una mala pesadilla. Desgraciadamente estaba ocurriendo y no lo era.
Por fin, con un inagotable tambaleo, Nacho, alcanzó a dar su primer paso; le costó un mundo. Con el mal sabor de la bilis en la boca, consiguió dar un segundo paso, luego un tercero pero al intento del cuarto, tropezó con una mochila desperdigada por el suelo. Perdió el equilibrio pero los pocos reflejos que le quedaban del judo lograron que no cayese. Esquivó una segunda mochila que se interpuso en su errante caminar, pero no logró sortear el cuerpo inerte de Mario. Cayó al suelo, pero esta vez ya ni intentó mantener el equilibrio, ya no le importaba caer, quería golpearse y despertarse de una vez, es lo que quería, pero no sucedía.
Impactó con la frente contra el canto de una mesa teñida en sangre. En el momento del golpe, su mente que estaba negra tuvo un haz de luces bancas y fosforescentes que le hicieron despertar de su estado de shock. Tendido en el suelo empezó a llorar, no aguantaba más. Sus compañeros y amigos de la infancia estaban muriendo y él lo único que podía hacer era llorar, llorar como un bebe recién nacido. Todavía extendido, formando poco a poco un pequeño charco de sangre debido a la brecha que se había hecho en la frente instantes antes, giró la cabeza muy lentamente cuando sus ojos se cruzaron con los de Álvaro –su excompañero de pupitre de inglés-, que estaban abiertos, pero muertos, vacíos. En ellos se podía ver reflejado el terror que segundos antes acompañó a Álvaro hasta el final de su vida.
Nacho estalló de nuevo en lágrimas y se levantó entre perpetuos tambaleos, acompañado por una fuerte arcada. Una vez más, su mente borrosa le impedía ver que sucedía en torno a él.
Tenía que hacer algo, pedir ayuda era la solución. Era fácil pensarlo, realizarlo era casi imposible. Con lágrimas en los ojos, puso rumbo hacia la puerta. Aunque estuviese aturdido, no era capaz de impedir que los tosidos y lloros no entrasen en su cabeza. Lo único que deseaba era pedir ayuda. Al fin alcanzó el pomo de la puerta, manchado también de sangre de alguien que tuvo su misma idea pero que no pudo llevarla a cabo debido a que falleciera en el intento.
 La mano le sudaba y temblaba, giró el pomo a la derecha y con un pequeño alivio en el interior salió de clase para llegar al pasillo del edificio y allí pedir ayuda. Pero ese alivio pronto se disipó. Se había equivocado al pensar en pedir ayuda.
Si el sonido en su aula era desesperante, allí, en el pasillo era aun peor. Una marea de tosidos, arcadas, respiraciones entrecortadas, gritos, lloros, agonías, caídas y sollozos golpeaban a Nacho de una manera psicológica. Desde todas las aulas, desde el patio, desde el gimnasio, desde la sala de reuniones, dese todos los rincones posibles e inimaginables se acercaban desesperantes agonías cargadas en el aire.
Pero para cuando, Nacho hubo recorrido todo el pasillo pidiendo inútilmente ayuda, los tosidos, gritos, lloros y todas las agonías dichas anteriormente, cesaron. El joven temblaba de miedo, mareado tuvo que sostenerse en la pared para buscar un apoyo y no caerse. Notó como la bilis le recorría el cuerpo y no pudo aguantar unas arcadas que remataron en vómito. Arrimó su espalda contra la pared y se dejó caer deslizándose por ésta. No podía ser que todo eso hubiera pasado, era imposible, eso no había sucedido. Tenía que ser una pesadilla, una pesadilla como la que tuvo en el bus. Tenía que serlo, pero aunque lo desease, no lo era. Había ocurrido de verdad.

Dos minutos después de la infección, Hugo había muerto, unos minutos después, 4ºC en su totalidad había fallecido. Otro minuto más y todo el colegio se había muerto. Seguramente, todo el planeta se había silenciado…

No hay comentarios:

Publicar un comentario