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SILENCIO SEPULCRAL
Hubo un silencio dañino,
solamente se escuchaba alguna respiración entrecortada y algún que otro sollozo
que se perdía en la cabeza de todos los chicos. En ese momento, solo tenían una
cosa en mente: Hugo acababa de morir de una manera espantosa, acababa de perder
la vida ante sus narices y no pudieron hacer nada más que llorar y ver como sus
ojos perdían su color.
Josefa
estaba pálida y tiesa; parecía un muñeco de nieve vestido de arco iris. Sus
arrugas se convirtieron en altas cordilleras como nunca antes lo habían hecho.
Empezó a temblar y Nacho reparó que sus labios balbuceaban algo pero no
alcanzaban decir ninguna palabra en concreto, simplemente eran frases
entrecortadas sin sentido alguno. Temerosamente, la profesora adelantó un pie,
dudó un instante, luego adelantó el otro. Continuó así durante unos minutos que
parecieron durar décadas. En ese infinito tiempo, a parte del resonante sonido
que provocaban los tacones de la profesora y de los sollozos que aun
deambulaban por el aire, se empezaban a escuchar leves murmullos como
<<¿Está muerto?>> o <<Fíjate, ¿Qué coño acaba de
suceder?>> o simplemente <<Dios santo, el Señor le ha castigado>>.
Josefa ignoraba aquellos comentarios, pues tenía suficiente con pensar que
haría. Así, ajena a los murmullos, se acercaba hacia el cadáver, todavía sin
saber que iba a hacer cuando llegase hasta él.
Por fin llegó al pupitre silencioso, la maestra tendió su mano y tocó el
frío pómulo de Hugo. Suavemente lo meció a un lado y a otro y sin ser
consciente, unas palabras en forma de pregunta salieron por sus resecos labios:
-¿Hugo?
–sabía que el adolescente no le iba a responder, un muerto nunca responde. Sin
embargo, Josefa no pensaba. Se encontraba como un bebé al que le había robado
el caramelo.- Hugo, respóndeme…
A
pesar del tono suplicante de la profesora, el joven seguía sin responder. Una
chica estalló en lágrimas mientras presenciaba aquella escena. Josefa apartó la
mano, se quedó dudando si debería seguir llamando al muerto y decidió que lo intentaría una vez más. Volvió
a tender la mano y cuando estaba a escasos centímetros del pómulo izquierdo, se
escuchó un tosido en el rincón más alejado de la clase. Todos volvieron la vista hacia la niña. Esta,
mientras tosía, no podía evitar pensar una cosa: ¿Ella también moriría?
De
nuevo, el tosido se prolongó más de lo normal y volvió a crear un horrible y
doloroso sonido. Las compañeras del pupitre de Raquel –la joven ahora vista
como un leproso- se apartaron de ella, esta las miró con lágrimas en los ojos y
llevó sus manos al cuello. De nuevo el aula se calló a excepción de la tos
agonizante que sufría la joven. La niña con ojos como platos, hinchados y ensangrentados,
echó una última mirada dirigida a Nacho antes de empezar a vomitar la sangre.
Pero antes de
que Raquel acabase con el mismo destino que Hugo, Dani, el batería, comenzó a
toser y convulsionar. Ana y Leticia, las compañeras de Raquel, empezaron con
los mismos síntomas. Detrás de Nacho, Jenny y Fátima se intentaron incorporar,
pero les fue inútil: ellas también se unieron a la agonía. Nacho aturdido y
conmocionado miró a toda el aula, todos sus compañeros tosían. Se incorporó,
pero una gélida mano le agarró la suya. Nacho observó a su mortalmente pálido
amigo Guillermo. Éste le miraba con ojos asustados pero ya inyectados en sangre
y lágrimas que junto a los enormes hilos de sangre que le brotaban de la boca,
eran iluminados por una piel antinaturalmente pálida. Nacho con un grito
ahogado, se zafó de la mano de uno de sus mejores amigos; Guillermo acababa de
morir. Dio unos pasos atrás mientras su cuerpo temblaba, sus fuerzas le
abandonaban. Recorrió el aula con una visión borrosa a causa de las lágrimas y
del mareo que estaba sufriendo. Las náuseas le subieron desde su estómago y
observó como otros compañeros al igual que él, se intentaban levantar; algunos
lo conseguían y se quedaban inmóviles en un profundo shock, otros no. Nacho con
una última pasada de vista, logró distinguir a Zoe; tosía y lloraba…
Mierda,
mierda, mierda. El mundo daba vueltas a su alrededor. Eso no podía estar
pasando, tenía que ser una mala pesadilla. Desgraciadamente estaba ocurriendo y
no lo era.
Por fin, con
un inagotable tambaleo, Nacho, alcanzó a dar su primer paso; le costó un mundo.
Con el mal sabor de la bilis en la boca, consiguió dar un segundo paso, luego
un tercero pero al intento del cuarto, tropezó con una mochila desperdigada por
el suelo. Perdió el equilibrio pero los pocos reflejos que le quedaban del judo
lograron que no cayese. Esquivó una segunda mochila que se interpuso en su
errante caminar, pero no logró sortear el cuerpo inerte de Mario. Cayó al suelo,
pero esta vez ya ni intentó mantener el equilibrio, ya no le importaba caer,
quería golpearse y despertarse de una vez, es lo que quería, pero no sucedía.
Impactó con la
frente contra el canto de una mesa teñida en sangre. En el momento del golpe,
su mente que estaba negra tuvo un haz de luces bancas y fosforescentes que le
hicieron despertar de su estado de shock. Tendido en el suelo empezó a llorar,
no aguantaba más. Sus compañeros y amigos de la infancia estaban muriendo y él
lo único que podía hacer era llorar, llorar como un bebe recién nacido. Todavía
extendido, formando poco a poco un pequeño charco de sangre debido a la brecha
que se había hecho en la frente instantes antes, giró la cabeza muy lentamente
cuando sus ojos se cruzaron con los de Álvaro –su excompañero de pupitre de
inglés-, que estaban abiertos, pero muertos, vacíos. En ellos se podía ver
reflejado el terror que segundos antes acompañó a Álvaro hasta el final de su
vida.
Nacho estalló
de nuevo en lágrimas y se levantó entre perpetuos tambaleos, acompañado por una
fuerte arcada. Una vez más, su mente borrosa le impedía ver que sucedía en
torno a él.
Tenía que
hacer algo, pedir ayuda era la solución. Era fácil pensarlo, realizarlo era
casi imposible. Con lágrimas en los ojos, puso rumbo hacia la puerta. Aunque
estuviese aturdido, no era capaz de impedir que los tosidos y lloros no
entrasen en su cabeza. Lo único que deseaba era pedir ayuda. Al fin alcanzó el
pomo de la puerta, manchado también de sangre de alguien que tuvo su misma idea
pero que no pudo llevarla a cabo debido a que falleciera en el intento.
La mano le sudaba y temblaba, giró el pomo a
la derecha y con un pequeño alivio en el interior salió de clase para llegar al
pasillo del edificio y allí pedir ayuda. Pero ese alivio pronto se disipó. Se
había equivocado al pensar en pedir ayuda.
Si el sonido
en su aula era desesperante, allí, en el pasillo era aun peor. Una marea de
tosidos, arcadas, respiraciones entrecortadas, gritos, lloros, agonías, caídas
y sollozos golpeaban a Nacho de una manera psicológica. Desde todas las aulas,
desde el patio, desde el gimnasio, desde la sala de reuniones, dese todos los
rincones posibles e inimaginables se acercaban desesperantes agonías cargadas
en el aire.
Pero para
cuando, Nacho hubo recorrido todo el pasillo pidiendo inútilmente ayuda, los
tosidos, gritos, lloros y todas las agonías dichas anteriormente, cesaron. El
joven temblaba de miedo, mareado tuvo que sostenerse en la pared para buscar un
apoyo y no caerse. Notó como la bilis le recorría el cuerpo y no pudo aguantar
unas arcadas que remataron en vómito. Arrimó su espalda contra la pared y se
dejó caer deslizándose por ésta. No podía ser que todo eso hubiera pasado, era
imposible, eso no había sucedido. Tenía que ser una pesadilla, una pesadilla
como la que tuvo en el bus. Tenía que serlo, pero aunque lo desease, no lo era.
Había ocurrido de verdad.
Dos minutos
después de la infección, Hugo había muerto, unos minutos después, 4ºC en su
totalidad había fallecido. Otro minuto más y todo el colegio se había muerto.
Seguramente, todo el planeta se había silenciado…
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