sábado, 31 de agosto de 2013

8.2
LAGRIMAS DE SOLEDAD


-¿Qué ha sucedido? –Preguntó el chico en voz baja mientras miraba a través de la ventana con los ojos fijos en un cadáver que se encontraba tirado en medio del patio del recreo, al lado de las gradas. Aquel adolescente, un par de años menor adivinó Nacho, se había caído y se había golpeado la cabeza contra el bordillo de las gradas. Su cuello estaba en una posición imposible, antinatural. Nacho no pudo aguantar mirarlo durante más de unos segundos.
Ángel levantó la vista durante unos segundos y le miró, pero no pudo darle una respuesta, por lo que apartó la mirada sin responder.
-¿Cuánta gente habrá muerto? –Insistió Nacho de nuevo en una voz casi inaudible. Pero otra vez más, Ángel negó con la cabeza sin saber que responder. No quería hablar de lo que acababa de ocurrir, no quería saber nada más durante ese momento. Pero su mente se la jugaba, ya que por su cabeza no paraba de rondar las imágenes de todos sus compañeros tosiendo y vomitando sangre, agónicos y aterrados.
Nacho se sentó abatido de nuevo ojeando a su alrededor, fijándose uno a uno, en todos los cadáveres de la clase. Cada vez que los veía, no podía dejar de pensar en por qué él no murió y en cómo se encontraría su hermana. De repente, también se acordó de sus padres, ¿Ellos estarían bien? ¿Aquello habría ocurrido tan solo en el colegio o a al contrario en una escala superior? ¿Habría sido a nivel local?, ¿Nacional?, ¿Continental? o en el peor de los casos, ¿A nivel mundial? No tenía respuesta, en realidad no sabía nada. Hasta hace unos diez minutos, estaban en clase de lengua, recibiendo la vara de Josefa y en el preciso instante en que le iba a pedir disculpas a Guillermo, Hugo comenzó a toser para al cabo de un par de minutos, morir. Pero antes de que alguien pudiese reaccionar, el resto de la clase pasó por la misma agonía de Hugo, ¿Por qué? ¿Qué es lo que había ocurrido?
Miró a Ángel, quien seguía sin mostrar señales de vida, echo un ovillo mirando fijamente el encerado manchado de un rastro de sangre ya que alguien había apoyado la mano antes de morir. No podía dejar de mirar aquello, no podía pensar, no podía hacer nada; estaba en shock.
Nacho se limpió la sangre que salía de su brecha. No tenía pinta de que Ángel fuese a hablar, lo cual no era extraño. Estaban ellos dos solos, rodeados de casi treinta cadáveres de gente a la que quería como su familia. Pero lo peor y más devastador era el silencio, no oír nada que no fuese la brisa, daba a entender que el mundo había muerto, que estaban solos y que ya no quedaba nada. Ni un avión, ni una risa, ni una voz, ni un golpe. Nada. Silencio.
Pero de repente, un sonido de cristal rompiéndose, llamó la atención a Nacho. Otra vez, aquel sonido. Nacho miró a Ángel con una mezcla de entusiasmo y esperanza, quizás aun podía haber alguien más en esa clase, quizás no estaban ellos dos solos.
Se levantó nervioso por lo que pudiese pasar, no quería hacerse demasiadas ilusiones por si al final la idea de un superviviente más no existía. Pero en su interior, la esperanza florecía como una flor en primavera.
Llegó hasta la esquina contraria de donde ellos se encontraban, al lado de un mueble lleno de libros de diferentes tamaños. Allí, tirado junto al mueble, se encontraba otro cadáver más, con unos ojos muertos mirándole directamente a él. Apartó la mirada y se encontró con Zoey a sus pies, acurrucada como escasos segundos antes él lo había estado.
Tenía los ojos enormemente abiertos sin pestañear, pero era una mirada viva, un rostro vivo. Parpadeó un par de veces, sin duda alguna estaba viva. La había visto toser, pero esa tos no la había condenado como al resto.
Cautelosamente se inclinó para ponerse a su altura.
-Hola –saludó intentando parecer los más calmado posible.
Zoey se sobresaltó al escuchar la voz del chico. Con ojos llorosos y asustados le miró, pero no respondió. Estaba aterrorizada, temblaba. Nacho decidió intentarlo por segunda vez.
-Hola Zoey. Estoy aquí –dijo lenta y amablemente Nacho. Alargó su mano y suavemente la posó en la de la chica.- No pasa nada, no estás sola.
La adolescente parpadeó un par de veces. Era real, no era la única superviviente. Nacho estaba allí, hablándole.
-Nacho… -dijo temblorosamente Zoey. Tenía miedo, estaba asustada. Se dejó caer sobre Nacho y lo abrazó. Lo abrazó con fuerza, como hacía tiempo que no lo hacía. El calor de otra persona más era muy reconfortante y más cuando el otro superviviente era Nacho. Durante esos minutos del fuerte abrazo, olvidó todos sus problemas con el chico, su ruptura, sus problemas. Olvidó todo y solo pensó en Nacho y que no estaba sola.
-Tanquila, estoy aquí –Nacho la miró a los ojos y dándole un beso en la húmeda mejilla, la volvió a abrazar.
Los tres se juntaron en el centro de la clase y lloraron en silencio. Pasaron diez minutos y aunque Nacho fue viendo uno a uno cada cadáver para comprobar si quedaba alguien más, estaban ellos solos.

               En su clase ya no quedaba nadie más vivo. De veintisiete alumnos solo sobrevivieron tres. Ellos tres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario