lunes, 19 de agosto de 2013

8.1
LAGRIMAS DE SOLEDAD

Hacía escasos segundos el aire estaba inundado de agonía y después, silencio.
Los minutos pasaban y el sepulcral silencio no era interrumpido por nada. Ni una voz, ni un lloro, ningún sonido de avión. Nada…
¿Realmente había ocurrido todo aquello? ¿Realmente acababa de ver como todos sus amigos de clase habían muerto? No, definitivamente no pudo ser así. Solo se lo había imaginado, tan solo había sido una paranoia. Pero el vómito se encontraba a un par de metros suyo y la brecha aun continuaba sangrando.
El silencio le hizo darse cuenta una vez más, que aquello no había sido una pesadilla y estaba ocurriendo realmente.
Nacho se incorporó y desvió la mirada hacia el final del pasillo donde se podía ver como las nubes de tormenta que esa mañana vigilaban Vigo de manera imponente habían desaparecido dejando paso a un Sol reluciente de diciembre. Durante unos segundos pensó en salir al exterior e intentar olvidar toda aquella mierda. Pero se quitó esa estúpida idea de la cabeza; lo vivido anteriormente no se iba a ir así como así. Ni dentro ni fuera del colegio. Primero volvería a su clase y descubriría si llegó a haber algún superviviente a excepción de él. Luego, ya vería.
Puso en funcionamiento su improvisado “plan” y fue de nuevo, no sin miedo, a su aula. Por el breve camino, se encontró a una chica de 4ºB tumbada boca arriba sobre un charco de sangre. La muerta, tenía la boca abierta en forma de un grito silencioso, un grito que jamás le dio tiempo a expulsar. La esquivó y continúo el breve trayecto que le quedaba hasta llegar a la clase, pero nada más asomarse, tuvo que dar unos pasos hacia atrás y apoyarse en el marco de la puerta para no caer. Las piernas le fallaron y de nuevo, la bilis intentó salir al exterior, pero esta vez la contuvo, ya no le quedaba mucho más que vomitar.
El panorama que observó lo destrozó, cuerpos caídos de forma aleatoria ocupaban toda el aula. La sangre había invadido todos los rincones de la clase: el suelo, las mesas, los libros, las ventanas, el encerado, las paredes… Todo estaba teñido del líquido rojo.
 Intentó contener las lágrimas que luchaban por salir, pero no lo logró y acabó estallando en sollozos. Pudo observar, que el cuerpo de Josefa estaba también tendido allí. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué había pasado? ¿Realmente estaba solo?
Nacho casi se había rendido, demasiado asustado para continuar de pie. No quedaba nadie vivo. Temblando de miedo se hizo una bola y se acurrucó abrazándose las piernas y juntando las rodillas en el pecho. Lloraba. Y más cuando pensó en el posible destino de su hermana. ¿Y si ella también había muerto de forma tan espantosa?
Murmuró unas palabras mientras, con la mirada fija en el suelo, pensaba qué iba a hacer. Realmente estaba solo y un mundo silencioso sin nada de ruido todavía lo asustaba más. Quiso gritar para pedir ayuda pero se detuvo. El mundo estaba tan silencioso y él se sentía tan solo y expuesto al peligro, que no se atrevió.
El chico acabó por levantarse ayudándose con el marco de la puerta, pero todavía asustado, demasiado conmocionado y débil para pensar o caminar. Alzó la mirada un instante hacia la silenciosa y devastadora clase de lengua y desvió una última mirada antes de comprender que realmente no había ningún otro superviviente.
Se volvió, todavía sin saber que iba a hacer a continuación, pero allí, ya no le quedaba nada. Dio un primer paso cuando a su espalda, sonó un inesperado sollozo hizo que volviese la vista cara el fondo de la clase. ¿Se lo habría imaginado? ¿Habría sido una paranoia? Posiblemente sí, su mente estaba demasiado asustada para aceptar que realmente estaba solo y se imaginó un ruido. Durante unos segundos, recorrió toda la clase con una lenta mirada, buscando el posible origen del sonido, pero no lo halló. Una vez más, cuando se disponía a dar la vuelta, lo volvió a escuchar. ¡Sí!, no había duda, no habían sido imaginaciones suyas, lo había escuchado. Quizás no estuviese realmente solo
Entró lentamente en la clase, sorteando y esquivando todos los cuerpos de los alumnos que habían conseguido levantarse de sus sillas pero que por el camino, fallecieron. Sus ojos se clavaron en Guillermo, tieso y con unos ojos muertos pero que trasmitían sorpresa y miedo, mucho miedo. No se había podido perdonar con él, lo iban a hacer, sí, pero todavía no. Y ahora, tendría que vivir con aquel peso durante el resto de su vida. Se acercó hasta él y pasando suavemente sus dedos temblorosos sobre sus ojos, se los cerró para que al menos pudiese tener un descanso en paz.
-Lo siento, Guillermo –murmuró Nacho pronunciando sus primeras palabras tras casi quince minutos de silencio. Se sentía culpable de no poderle haber ayudado, pero no podía hacerlo, no podía haber hecho nada por ninguno de sus compañeros que habían muerto. O quizás sí, quizás pudiese haberles ayudado y no lo hizo, pero no quería pensar esa idea. Él no pudo hacer nada, no pudo hacer nada por sus amigos…
Continuó andando por la clase, intentando hallar el origen del sonido que había escuchado minutos atrás. Se detuvo delante del cuerpo de Ángel que se encontraba boca arriba, mostrando una sensación de paz en su rostro junto a una gran brecha que tenía en la frente. A su lado, descansaban numerosos trozos de cristales fragmentados de diferentes tamaños, provenientes de la ventana, en la cual seguramente, Ángel antes o después de morir asfixiado, chocó contra ella. Nacho lloró en silencio arrodillándose junto a su amigo. Otro más que no había sobrevivido.
Posó su mano en el pecho de Ángel con el objetivo de despedirse por última vez de otro de sus mejores amigos, cuando notó como el pecho de este se hinchaba y deshinchaba rítmicamente con suavidad. Perplejo, su cabeza comenzó a pensar lo más rápido que podía en esos momentos. Colocó su oído al lado de los orificios nasales de su compañero y con una sensación de alegría como jamás antes la había saboreado, descubrió que no estaba solo, que no fue el único superviviente; Ángel también estaba vivo.
Lo meció suavemente hasta hacer que los ojos de Ángel débiles y cansados se abrieran, pudiendo contemplar que a tan solo unos escasos veinte centímetros de su rostro, estaba Nacho, con lágrimas en los ojos y una sonrisa como nunca antes se la había visto. Le costó un rato orientarse antes de darse cuenta de lo que había sucedido.

Se abrazaron en silencio y durante cinco minutos enteros, estuvieron así, en silencio, sintiendo el calor del uno y del otro. No estaban solos y quizás, si ellos habían sobrevivido, significaban que no eran los únicos. Permanecieron con el abrazo hasta que Nacho lo rompió y una vez más miró la silenciosa clase. De nuevo, la sensación de miedo volvió a invadirle, aunque ´le no estuviese realmente solo, tan solo eran dos, ellos dos. ¿Por qué ellos y no por ejemplo Guillermo o cualquier otra persona? ¿Qué clase de planes tendría Dios si realmente exisiti4es para exterminar de repente a tanta gente? Miles de pensamientos, todos ellos negativos, se acurrucaron en la mente de Nacho, aterrorizándolo.

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