8.1
LAGRIMAS DE SOLEDAD
Hacía escasos segundos el aire
estaba inundado de agonía y después, silencio.
Los minutos
pasaban y el sepulcral silencio no era interrumpido por nada. Ni una voz, ni un
lloro, ningún sonido de avión. Nada…
¿Realmente
había ocurrido todo aquello? ¿Realmente acababa de ver como todos sus amigos de
clase habían muerto? No, definitivamente no pudo ser así. Solo se lo había
imaginado, tan solo había sido una paranoia. Pero el vómito se encontraba a un
par de metros suyo y la brecha aun continuaba sangrando.
El silencio le
hizo darse cuenta una vez más, que aquello no había sido una pesadilla y estaba
ocurriendo realmente.
Nacho se
incorporó y desvió la mirada hacia el final del pasillo donde se podía ver como
las nubes de tormenta que esa mañana vigilaban Vigo de manera imponente habían
desaparecido dejando paso a un Sol reluciente de diciembre. Durante unos
segundos pensó en salir al exterior e intentar olvidar toda aquella mierda.
Pero se quitó esa estúpida idea de la cabeza; lo vivido anteriormente no se iba
a ir así como así. Ni dentro ni fuera del colegio. Primero volvería a su clase
y descubriría si llegó a haber algún superviviente a excepción de él. Luego, ya
vería.
Puso en
funcionamiento su improvisado “plan” y fue de nuevo, no sin miedo, a su aula.
Por el breve camino, se encontró a una chica de 4ºB tumbada boca arriba sobre
un charco de sangre. La muerta, tenía la boca abierta en forma de un grito
silencioso, un grito que jamás le dio tiempo a expulsar. La esquivó y continúo
el breve trayecto que le quedaba hasta llegar a la clase, pero nada más
asomarse, tuvo que dar unos pasos hacia atrás y apoyarse en el marco de la
puerta para no caer. Las piernas le fallaron y de nuevo, la bilis intentó salir
al exterior, pero esta vez la contuvo, ya no le quedaba mucho más que vomitar.
El panorama
que observó lo destrozó, cuerpos caídos de forma aleatoria ocupaban toda el
aula. La sangre había invadido todos los rincones de la clase: el suelo, las
mesas, los libros, las ventanas, el encerado, las paredes… Todo estaba teñido
del líquido rojo.
Intentó contener las lágrimas que luchaban por
salir, pero no lo logró y acabó estallando en sollozos. Pudo observar, que el
cuerpo de Josefa estaba también tendido allí. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué había
pasado? ¿Realmente estaba solo?
Nacho casi se
había rendido, demasiado asustado para continuar de pie. No quedaba nadie vivo.
Temblando de miedo se hizo una bola y se acurrucó abrazándose las piernas y
juntando las rodillas en el pecho. Lloraba. Y más cuando pensó en el posible
destino de su hermana. ¿Y si ella también había muerto de forma tan espantosa?
Murmuró unas
palabras mientras, con la mirada fija en el suelo, pensaba qué iba a hacer.
Realmente estaba solo y un mundo silencioso sin nada de ruido todavía lo
asustaba más. Quiso gritar para pedir ayuda pero se detuvo. El mundo estaba tan
silencioso y él se sentía tan solo y expuesto al peligro, que no se atrevió.
El chico acabó
por levantarse ayudándose con el marco de la puerta, pero todavía asustado,
demasiado conmocionado y débil para pensar o caminar. Alzó la mirada un
instante hacia la silenciosa y devastadora clase de lengua y desvió una última
mirada antes de comprender que realmente no había ningún otro superviviente.
Se volvió,
todavía sin saber que iba a hacer a continuación, pero allí, ya no le quedaba
nada. Dio un primer paso cuando a su espalda, sonó un inesperado sollozo hizo
que volviese la vista cara el fondo de la clase. ¿Se lo habría imaginado? ¿Habría
sido una paranoia? Posiblemente sí, su mente estaba demasiado asustada para
aceptar que realmente estaba solo y se imaginó un ruido. Durante unos segundos,
recorrió toda la clase con una lenta mirada, buscando el posible origen del
sonido, pero no lo halló. Una vez más, cuando se disponía a dar la vuelta, lo
volvió a escuchar. ¡Sí!, no había duda, no habían sido imaginaciones suyas, lo
había escuchado. Quizás no estuviese realmente solo
Entró
lentamente en la clase, sorteando y esquivando todos los cuerpos de los alumnos
que habían conseguido levantarse de sus sillas pero que por el camino,
fallecieron. Sus ojos se clavaron en Guillermo, tieso y con unos ojos muertos
pero que trasmitían sorpresa y miedo, mucho miedo. No se había podido perdonar
con él, lo iban a hacer, sí, pero todavía no. Y ahora, tendría que vivir con
aquel peso durante el resto de su vida. Se acercó hasta él y pasando suavemente
sus dedos temblorosos sobre sus ojos, se los cerró para que al menos pudiese
tener un descanso en paz.
-Lo siento,
Guillermo –murmuró Nacho pronunciando sus primeras palabras tras casi quince
minutos de silencio. Se sentía culpable de no poderle haber ayudado, pero no
podía hacerlo, no podía haber hecho nada por ninguno de sus compañeros que
habían muerto. O quizás sí, quizás pudiese haberles ayudado y no lo hizo, pero
no quería pensar esa idea. Él no pudo hacer nada, no pudo hacer nada por sus
amigos…
Continuó
andando por la clase, intentando hallar el origen del sonido que había
escuchado minutos atrás. Se detuvo delante del cuerpo de Ángel que se
encontraba boca arriba, mostrando una sensación de paz en su rostro junto a una
gran brecha que tenía en la frente. A su lado, descansaban numerosos trozos de
cristales fragmentados de diferentes tamaños, provenientes de la ventana, en la
cual seguramente, Ángel antes o después de morir asfixiado, chocó contra ella.
Nacho lloró en silencio arrodillándose junto a su amigo. Otro más que no había
sobrevivido.
Posó su mano
en el pecho de Ángel con el objetivo de despedirse por última vez de otro de
sus mejores amigos, cuando notó como el pecho de este se hinchaba y deshinchaba
rítmicamente con suavidad. Perplejo, su cabeza comenzó a pensar lo más rápido
que podía en esos momentos. Colocó su oído al lado de los orificios nasales de
su compañero y con una sensación de alegría como jamás antes la había
saboreado, descubrió que no estaba solo, que no fue el único superviviente;
Ángel también estaba vivo.
Lo meció
suavemente hasta hacer que los ojos de Ángel débiles y cansados se abrieran,
pudiendo contemplar que a tan solo unos escasos veinte centímetros de su
rostro, estaba Nacho, con lágrimas en los ojos y una sonrisa como nunca antes
se la había visto. Le costó un rato orientarse antes de darse cuenta de lo que
había sucedido.
Se abrazaron
en silencio y durante cinco minutos enteros, estuvieron así, en silencio,
sintiendo el calor del uno y del otro. No estaban solos y quizás, si ellos
habían sobrevivido, significaban que no eran los únicos. Permanecieron con el
abrazo hasta que Nacho lo rompió y una vez más miró la silenciosa clase. De
nuevo, la sensación de miedo volvió a invadirle, aunque ´le no estuviese
realmente solo, tan solo eran dos, ellos dos. ¿Por qué ellos y no por ejemplo
Guillermo o cualquier otra persona? ¿Qué clase de planes tendría Dios si
realmente exisiti4es para exterminar de repente a tanta gente? Miles de
pensamientos, todos ellos negativos, se acurrucaron en la mente de Nacho,
aterrorizándolo.
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